Nunca me cansaré del Gran Cañón
Por Joshua “Lobo” Fabela, ultra maratonista arizonense y entusiasta de las actividades al aire libre.
Desde muy pequeño, me enamoré de las montañas. Nací y crecí en el estado de Chihuahua en el norte de México que limita con Texas y Nuevo México, y donde se esconde un tesoro natural que muchas personas desconocen: las Barrancas del Cobre.
Aunque vivíamos en la ciudad, mi familia se escapaba cada vez que podía a las profundidades de estos impresionantes y hermosos cañones donde abundan la vida silvestre y los recursos naturales, pero también es un lugar muy rico en historia y leyendas.
Esa una red de enormes cañones es el hogar de los Rarámuri (los indios Tarahumaras), conocidos mundialmente por su extraordinaria capacidad de correr largas distancias en terrenos difíciles.
Esos paseos de niño no solo me conectaron de una manera muy profunda con la naturaleza, sino también con estos pueblos ancestrales de la Sierra Madre Occidental.
La realidad es que nunca me imaginé de chico, cuando veía correr a los Rarámuri en las barrancas, que algún día me convertiría en un ultra maratonista que con frecuencia estaría corriendo en las profundidades de un famosísimo cañón… el Gran Cañón.
Aunque crecí en un estado mexicano con profundos e imponentes cañones, siempre sentí una gran curiosidad por esa maravilla natural de Arizona y del mundo.
En la preparatoria, recuerdo que veía fotos de los atardeceres de Arizona y usaba con orgullo una camiseta con la imagen del Gran Cañón, y decía “algún día iré allá”.
El 1 de enero de 1990 llegué Arizona a reunirse con mi familia que vivía en Phoenix, y fue así cuando el Valle del Sol se convirtió en mi nuevo hogar.
Finalmente pude hacer mi sueño realidad: visitar el Gran Cañón. Me impactó su belleza y grandeza. Me dejó sin palabras. Me trajo recuerdos de mi infancia y soñaba con ese preciso momento.
Mientras me deleitaba con su inmensidad, también observaba a senderistas subir por caminos empinados. No sabía de donde venía ni lo que habían hecho dentro del Gran Cañón, pero tenía claro que algún día yo también haría una caminata así.
Pocos años después, me aventuré a las profundidades del Gran Cañón, siguiendo la famosa ruta de bajar por el sendero South Kaibab, llegar al rio Colorado y subir por el sendero Bright Angel.
Si me impresionó ver el Gran Cañón desde uno de los miradores del extremo sur (South Rim), esta experiencia de verlo desde “adentro” me marcó para siempre. Quería quedarme más tiempo y explorarlo más.
Y lo demás es historia…
Ya he perdido la cuenta de cuantas veces he hecho el sendero “Rim-to-Rim”, es decir, recorrer el Gran Cañón de extremo a extremo, un total de aproximadamente 24 millas. Lo hago unas cinco o seis veces al año.
A veces voy solo pero también voy con grupos. Siempre busco motivar e invitar a otros hispanos miembros de la comunidad para que se reconecten con la naturaleza por su propia salud física, mental y emocional. La naturaleza sana.
Cuando veo la cara de alegría de la gente ante estos paisajes únicos, me emocionó y me llena de satisfacción. Es un espectáculo único y auténtico que no van a poder ver en la televisión, ni en su casa, ni en la ciudad. Cuando estás en contacto con la naturaleza es otro mundo.
Muchos de esos paseos al Gran Cañón y a otros parques nacionales se han convertido ya en un peregrinaje para muchos de nosotros.
Me han preguntado si alguna vez me cansaré del Gran Cañón, y mi respuesta es “no”. Quizás iré más despacio cuando tenga unos 70 años, pero nunca dejaré de explorarlo y de compartir este lugar mágico y especial con cualquier persona que quiera adentrarse a él.
No solo porque es una de las siete maravillas del mundo, sino por lo que personalmente significa para mí y para tantas personas, incluyendo muchos hispanos, quiero que dejen al Gran Cañón tranquilo. Busquen uranio en otro lado, a mi hermoso Gran Cañón no lo toquen. Déjenlo en paz como ha estado por millones de años.